domingo, 25 de septiembre de 2011

Mes 7- Plantas que nacen de humanos

La mandioca

Otra traducción realizada por una compañera de este seminario, Graciela Terzaghi. Muchas gracias por el aporte.

El morubixaba se había entregado al descanso otorgado a los ancianos. Su mujer se ocupaba de la cocina, limpiaba el pescado acomodaba los cacharros, acondicionaba la carne cazada para reservarla y que no faltase el alimento en los días malos de lluvia o de sequia prolongada.

Su hija, de carácter tranquilo, llevaba la existencia simple, de las jóvenes de la tribu. Por la mañana y por la tarde nadaba en el riacho, bajo las ramas inclinadas de los arbustos. A su vuelta, traía frutas y flores, a veces, también una calabaza llena de miel recogida de los huecos de algún tronco.

En su casa, tomaba fibras de tucum, las hilaba y con una aguja hecha de taquara, tejía redes para pescar. Cuidaba del arara (guacamayo), colmándolo de alimentos blandos y coquitos verdes. Confeccionaba bellas redes de repouso (hamacas), vistosas vinchas con plumas para los jóvenes de su aldea y cuando realmente no tenía nada que hacer, repetía canciones de guerra o de amor que le habían traspasado sus ancestros.

Nada más simple ni más puro. No obstante, de un día para otro se vió encinta. Corrió a darle la noticia a su padre, el viejo morubixaba. Éste no aceptó en absoluto la historia que la pobre muchacha le contó, con lágrimas en sus grandes ojos negros, dulces como jabuticabas. El viejo nativo se sintió engañado y por todos los medios que tuvo a su alcance, trató de investigar quién era el padre de su futuro nieto, sin conseguirlo.

Cuando llegó el día del parto, en un ambiente pesado, apareció un hombre blanco, de aquellos que por su austeridad y actitudes, imponían de entrada confianza. Buscó al viejo jefe y le aseguró que realmente, su hija fue madre en pleno estado de virginidad. Consecuentemente, la joven indígena y su hijita llenaron la choza de alegría.

El tiempo transcurrió, y al cabo de un año, sin mediar ninguna enfermedad, la pequeña Mani (bebé) cerró los ojitos negros y murió, siendo enterrada en las proximidades de la choza donde vivía con su madre y sus abuelos. Siguiendo las costumbres de la tribu, su sepultura fue regada todas las mañanas.

Cierto día, para sorpresa de todos, brotó en ese mismo lugar una planta muy bonita a la que la madre, nostálgica de su pequeña Mani, le dio el nombre de maniva. Desarrolló raíces gruesas de jugo lechoso. De ella, los nativos comenzaron a extraer el cauim, una bebida fermentada que antes fabricaban con otros elementos y también, la harina.

La aldea comenzó a llamar esa planta como mandioca, en cuyo sonido se encuentra “Mani”, el nombre de la niñita muerta, e “oca”, en referencia a la choza del indígena, donde de la maniveir son aprovechadas tanto sus hojas y sus raíces, como símbolo de alegría y de abundancia.

Nota: la mandioca también es conocida con los nombres de aipim y de macaxeira.-

5 comentarios:

Marta Alicia Pereyra Buffaz dijo...

HISTORIA DE LA MANDIOCA O YUCA

La evidencia más antigua del cultivo de yuca O mandioca proviene de los datos arqueológicos de que se cultivó en el Perú hace 4.000 años y fue uno de los primeros cultivos domesticados en América.

Las siguientes referencias al cultivo de yuca provienen de la Cultura Maya, hace 1400 años en Joya de Cerén (El Salvador). En efecto, recientes investigaciones tienden a demostrar que el complemento alimentario de los mayas, el que les permitió sostener poblaciones muy numerosas, sobre todo durante el período clásico, y muy particularmente en la región sur de Mesoamérica en donde se concentraron importantes multitudes (Tikal, Copán, Calakmul), fue la Manioca, también llamada Yuca, una raíz con alto contenido calórico del que se prepara una harina muy nutritiva, que hasta la fecha es parte integrante de la dieta de las diversas poblaciones que viven en la región maya y también en la cuenca del Mar Caribe.
Otra especie, la Mandioca esculenta se originó posiblemente más al sur, en Brasil y Paraguay. Con su mayor potencial alimenticio, se había convertido en un alimento básico de las poblaciones nativas del norte de Sur América, sur de América central, y las islas del Caribe en la época de la llegada de los españoles, y su cultivo fue continuado con los portugueses y españoles. Las formas modernas de las especies domesticadas pueden seguir creciendo en el sur de Brasil.
En el Paraguay actualmente la Mandioca es una de las especies más consumidas por los habitantes del mismo, ya que los acompaña en todas las comidas del dia, ya sea desayuno, almuerzo y cena, en este país también es conocida en guaraní como Mandi'o. Aunque hay unas cuantas especies salvajes de Mandioca, sin embargo, todas las variedades de Mandioca esculenta son variedades seleccionadas por el hombre para la agricultura.


http://es.wikipedia.org/wiki/Manihot_esculenta

LSM dijo...

Otra versión de la leyenda:
Ñasaindí tenía unos 15 años, era muy bella. Con el propósito de recoger cogollos venía desde muy lejos trayendo una cesta. Dispuesta, llegó a la zona más poblada de palmeras, pero al ver los frutos tan altos comprendió que le iba a ser imposible.
Desilusionada trataba de hallar un medio que le permitiera conseguir los cogollos buscados. A punto de desistir de su intento; comprobó que algo se movía, se acercó y notó que se trataba de un muchacho. Sus manos recias empuñaban el arco y la flecha, sus ojos miraban con atención hacia un lugar cercano. Ñasaindí dirigió su vista hacia el mismo sitio y pudo divisar a la víctima a la que estaba destinada la flecha del desconocido: un hermoso maracaná que, tranquilamente posado en la rama de un ñandubay, ignoraba completamente su próximo final.
La joven sintió tanta pena por el animal que grito y desvió la atención del cazador. El maracaná, puesto sobre aviso se internó en la espesura.
El cazador salió de su escondite y, ante la presencia inesperada de la niña, quedó atónito mirándola. Su belleza y su expresión lo hechizaron. El joven le preguntó con voz suave quién era y qué hacía allí.
-Soy Ñasaindí y pertenezco a la tribu del ruvichá Sagua-á...-respondió ella.
-¿Y a qué has venido a los dominios de mi padre, Ñasaindí?
La niña miró los penachos de las palmeras y el muchacho adivinó su intención:
-Querías alcanzar cogollos de palmera?-dijo, y trepó al tallo de una de las palmeras y le arrojó los cogoyos a Ñasaindí desde arriba. En pocos minutos la cesta estuvo llena, su viaje no había sido infructuoso.
La joven debía cruzar el río para regresar con los suyos... Entonces, ante la insistencia del muchacho de pasar más tiempo con ella, no tuvo más remedio que contarle su historia:
Sus padres murieron cuando ella era pequeña, y la mujera que la crió la enviaba a buscar frutos porque los alimentos escaseaban a causa de que los hijos de esta partieron y tardaban en volver.
El muchacho se entristeció ante la historia, no podía creer que quien había criado a la niña la mandara a un lugar tan lejano que para llegar había que cruzar un río peligroso.
Catupiri, así se llamaba el joven, resultaba ser el menor de los hijos del cacique Marangatú, pensó en llevarse a Ñasaindi consigo: deseaba hacerla su esposa.
Decidió que la presentaría, aunque, al principio, la ocultaría de los ojos de su padre, solo se la confiaría a su madre.
- Quieres venir a nuestra tribu, Ñasaindí? Mi madre te recibirá como a una hija.
Ñasaindí sintió miedo, pero nada podía ser más duro que la vida que llevaba. Sonrojándose contestó que aceptaba.
Los jóvenes tomaron el camino que conducía a la toldería: conversaban y reían.
Carupirí, que ocultaba a su compañera, fue hasta su toldo a dar la noticia a su madre. Nadie los había visto llegar, de modo que le sería muy fácil ocultarla hasta que pudiera convencer a su padre.
Pero Carupirí se equivocaba. Unos ojos lo observaban desde muy cerca: era Cava-Pitá, la hechicera, que escondida detrás de un corpulento zuiñandí no había perdido detalle de la llegada de los jóvenes.
La mujer guiada por su espíritu mezquino, se propuso poner al tanto de lo ocurrido al cacique
Por la mañana temprano llegaron Marangatú, el cacique, y sus acompañantes, toda la tribu los recibió con júbilo: habían logrado importantes piezas de caza y traían también un hermoso guasú vivo.
Con paciencia, Cava-Pitá esperó que el cacique quedara solo, y en el momento oportuno se acercó. Gracias a la confianza que en ella tenía Marangatú, le fue muy fácil convencerlo de que la extranjera era una enviada de Añá, que se valía del joven para provocar la desgracia de la tribu.
Poseído por una intensa cólera, Marangatú hizo llamar a su hijo para recriminarle su indigno proceder. Catupiri quedó confundido; él sabía que no era así.
Corrió en busca de la hermosa doncella y la llevó junto al temible Marangatú, que ante su presencia quedó maravillado.

LSM dijo...

El ruvichá conversó con Ñasaindí.
Entonces, el gran Marangatú comprendió el noble amor que acercaba a los jóvenes y dio su consentimiento para que unieran sus destinos como era el deseo y la voluntad de ambos.
Tiempo después, Ñasaindí se convirtió en la esposa de Carupirí.
La felicidad de Ñasaindí y de Catupirí era cada día mayor. Ningún mal había alcanzado a la tribu y todos olvidaron por completo los vaticinios de la malvada Cava-Pitá.
Tuvieron un hijo -el pequeño Chirirí- que crecía y todos los niños de la tribu se iban haciendo sus amigos.
Todos vivían contentos en la tribu. La única que conservaba su odio era Cava-Pitá, para quien la idea de venganza se afianzaba hasta ver a Ñasaindí arrojada de la aldea, como había propuesto desde un principio.
Tenía que convencer a la tribu de que la esposa de Catupirí encubría a una enviada de Añá. A fin de convencerlos, decidió ensayar una acusación: divulgó la noticia de que Chirirí se hallaba poseído por un mal espíritu, que condenaría a muerte infaliblemente a los niños que lo acompañaban en sus juegos.
La noticia corrió por la tribu y todas las madres retuvieron a sus hijos con ellas para que no se acercaran al pequeño.
Sin embargo, esto no fue suficiente para la hechicera que preparó un brebaje dulce al que agregó una pequeña poción de veneno. Con zalamerías llamaba a los amigos de Chirirí y les daba a tomar el jarabe mortífero y morían entre las más espantosas contorsiones, envenenados.
Al ignorar las madres la existencia del jarabe, aceptaron como explicación el maleficio del que suponían estaban poseídos el pequeño Chirirí y su madre, tal como lo predijera en tantas oportunidades la famosa Cava-Pitá.
Ya no les quedó la menor duda: la extranjera era una enviada de Aña, llegada a la comarca para causar la desgracia de la tribu de Marangatú Todos estuvieron en contra de Ñasaindí y de Catapirí de quienes decidieron vengarse matando a su hijito.
La hechicera gozaba su victoria. Fue levantando los ánimos de toldo en toldo. Incitaba a unos ya a dar muerte al pequeño Chirirí, único medio para librarse de los designios de Añá.
En un grupo encabezado por la perversa Cava-Pitá, con palos y lanzas, hombres y mujeres se dirigieron al toldo de Catupirí: tomaron por la fuerza a los padres de la criatura y los amarraron al tronco de un ñandubay para que fueran testigos impotentes de la muerte de su hijo.
Cava-Pita decidió ser ella misma quien matara al pequeño, que atado de pies y manos, permanecía en el suelo y se esforzaba por dejar sus manitos libres.
Preparó el arco y la flecha envenenada, y cuando se dispuso a arrojársela al niño, que lloraba ante sus padres desesperados, un ruido espantoso atronó el bosque y una lengua de fuego bajó desde el cielo repentinamente oscurecido y dejó fulminada a la perversa hechicera, que rodó por el suelo.
Los que presenciaban la escena vieron en esto un castigo de sus dioses justicieros a la maldad y a la envidia y, convencidos de su error, desataron a los padres de la criatura que aún se hallaba en el suelo, a poca distancia de ellos.
Ñasaindí corrió a levantar a su hijito.
Con las cabezas gachas, avergonzados, los que creyeron las calumnias de la perversa hechicera decidieron retomar a sus toldos, no sin antes dirigir una mirada triste al sitio donde el pequeño Chirirí estuviera algunos minutos, echadito en el suelo, esperando la muerte en manos de la falsa Cava-Pitá.
La sorpresa de todos fue muy grande cuando observaron que justo en ese mismo lugar crecía una planta nueva, desconocida hasta entonces. La llamaron mandioca y en ella vieron la justicia de sus dioses buenos, que sabían recompensar el bien y castigaban hasta con la muerte a los que procedían mal.
La mandioca es el regalo de Tupá a los hombres para que les sirva de alimento: posee el dulce corazón de Ñasaindí y de Chirirí, y otorga, al que la come, fortaleza y energía, como la que siempre tuvo Catupirí.

Fuente: Leyendas Indígenas (de Lautaro Parodi). 1º Ed 2005.

Anónimo dijo...

Muy lindas las leyendas, la verdad me sigue sorprendiendo la capacidad de los dueños de estas tierras para usar la imaginación.
Silvana F.

Anónimo dijo...

Les dejo un link con una versión con imágenes de la leyenda.
http://www.slideshare.net/Alyla/leyenda-de-la-mandioca-1418782
Daniela