martes, 20 de agosto de 2013

Carta a una señorita en París

Andrée, yo no quería venirme a vivir a su departamento de la calle Suipacha. No tanto por los conejitos, más bien porque me duele ingresar en un orden cerrado, construido ya hasta en las más finas mallas del aire, esas que en su casa preservan la música de la lavanda, el aletear de un cisne con polvos, el juego del violín y la viola en el cuarteto de Rará. Me es amargo entrar en un ámbito donde alguien que vive bellamente lo ha dispuesto todo como una reiteración visible de su alma, aquí los libros (de un lado en español, del otro en francés e inglés), allí los almohadones verdes, en este preciso sitio de la mesita el cenicero de cristal que parece el corte de una pompa de jabón, y siempre un perfume, un sonido, un crecer de plantas, una fotografía del amigo muerto, ritual de bandejas con té y tenacillas de azúcar... Ah, querida Andrée, qué difícil oponerse, aun aceptándolo con entera sumisión del propio ser, al orden minucioso que una mujer instaura en su liviana residencia. Cuán culpable tomar una tacita de metal y ponerla al otro extremo de la mesa, ponerla allí simplemente porque uno ha traído sus diccionarios ingleses y es de este lado, al alcance de la mano, donde habrán de estar. Mover esa tacita vale por un horrible rojo inesperado en medio de una modulación de Ozenfant, como si de golpe las cuerdas de todos los contrabajos se rompieran al mismo tiempo con el mismo espantoso chicotazo en el instante más callado de una sinfonía de Mozart. Mover esa tacita altera el juego de relaciones de toda la casa, de cada objeto con otro, de cada momento de su alma con el alma entera de la casa y su habitante lejana. Y yo no puedo acercar los dedos a un libro, ceñir apenas el cono de luz de una lámpara, destapar la caja de música, sin que un sentimiento de ultraje y desafio me pase por los ojos como un bando de gorriones.
Usted sabe por qué vine a su casa, a su quieto salón solicitado de mediodía. Todo parece tan natural, como siempre que no se sabe la verdad. Usted se ha ido a París, yo me quedé con el departamento de la calle Suipacha, elaboramos un simple y satisfactorio plan de mutua convivencia hasta que septiembre la traiga de nuevo a Buenos Aires y me lance a mí a alguna otra casa donde quizá... Pero no le escribo por eso, esta carta se la envío a causa de los conejitos, me parece justo enterarla; y porque me gusta escribir cartas, y tal vez porque llueve.
Me mudé el jueves pasado, a las cinco de la tarde, entre niebla y hastío. He cerrado tantas maletas en mi vida, me he pasado tantas horas haciendo equipajes que no llevaban a ninguna parte, que el jueves fue un día lleno de sombras y correas, porque cuando yo veo las correas de las valijas es como si viera sombras, elementos de un látigo que me azota indirectamente, de la manera más sutil y más horrible. Pero hice las maletas, avisé a la mucama que vendría a instalarme, y subí en el ascensor. Justo entre el primero y segundo piso sentí que iba a vomitar un conejito. Nunca se lo había explicado antes, no crea que por deslealtad, pero naturalmente uno no va a ponerse a explicarle a la gente que de cuando en cuando vomita un conejito. Como siempre me ha sucedido estando a solas, guardaba el hecho igual que se guardan tantas constancias de lo que acaece (o hace uno acaecer) en la privacía total. No me lo reproche, Andrée, no me lo reproche. De cuando en cuando me ocurre vomitar un conejito. No es razón para no vivir en cualquier casa, no es razón para que uno tenga que avergonzarse y estar aislado y andar callándose.
Cuando siento que voy a vomitar un conejito me pongo dos dedos en la boca como una pinza abierta, y espero a sentir en la garganta la pelusa tibia que sube como una efervescencia de sal de frutas. Todo es veloz e higiénico, transcurre en un brevísimo instante. Saco los dedos de la boca, y en ellos traigo sujeto por las orejas a un conejito blanco. El conejito parece contento, es un conejito normal y perfecto, sólo que muy pequeño, pequeño como un conejilo de chocolate pero blanco y enteramente un conejito. Me lo pongo en la palma de la mano, le alzo la pelusa con una caricia de los dedos, el conejito parece satisfecho de haber nacido y bulle y pega el hocico contra mi piel, moviéndolo con esa trituración silenciosa y cosquilleante del hocico de un conejo contra la piel de una mano. Busca de comer y entonces yo (hablo de cuando esto ocurría en mi casa de las afueras) lo saco conmigo al balcón y lo pongo en la gran maceta donde crece el trébol que a propósito he sembrado. El conejito alza del todo sus orejas, envuelve un trébol tierno con un veloz molinete del hocico, y yo sé que puedo dejarlo e irme, continuar por un tiempo una vida no distinta a la de tantos que compran sus conejos en las granjas.
Entre el primero y segundo piso, Andrée, como un anuncio de lo que sería mi vida en su casa, supe que iba a vomitar un conejito. En seguida tuve miedo (¿o era extrañeza? No, miedo de la misma extrañeza, acaso) porque antes de dejar mi casa, sólo dos días antes, había vomitado un conejito y estaba seguro por un mes, por cinco semanas, tal vez seis con un poco de suerte. Mire usted, yo tenía perfectamente resuelto el problema de los conejitos. Sembraba trébol en el balcón de mi otra casa, vomitaba un conejito, lo ponía en el trébol y al cabo de un mes, cuando sospechaba que de un momento a otro... entonces regalaba el conejo ya crecido a la señora de Molina, que creía en un hobby y se callaba. Ya en otra maceta venía creciendo un trébol tierno y propicio, yo aguardaba sin preocupación la mañana en que la cosquilla de una pelusa subiendo me cerraba la garganta, y el nuevo conejito repetía desde esa hora la vida y las costumbres del anterior. Las costumbres, Andrée, son formas concretas del ritmo, son la cuota del ritmo que nos ayuda a vivir. No era tan terrible vomitar conejitos una vez que se había entrado en el ciclo invariable, en el método. Usted querrá saber por qué todo ese trabajo, por qué todo ese trébol y la señora de Molina. Hubiera sido preferible matar en seguida al conejito y... Ah, tendría usted que vomitar tan sólo uno, tomarlo con dos dedos y ponérselo en la mano abierta, adherido aún a usted por el acto mismo, por el aura inefable de su proximidad apenas rota. Un mes distancia tanto; un mes es tamaño, largos pelos, saltos, ojos salvajes, diferencia absoluta Andrée, un mes es un conejo, hace de veras a un conejo; pero el minuto inicial, cuando el copo tibio y bullente encubre una presencia inajenable... Como un poema en los primeros minutos, el fruto de una noche de Idumea: tan de uno que uno mismo... y después tan no uno, tan aislado y distante en su llano mundo blanco tamaño carta.
Me decidí, con todo, a matar el conejito apenas naciera. Yo viviría cuatro meses en su casa: cuatro -quizá, con suerte, tres- cucharadas de alcohol en el hocico. (¿Sabe usted que la misericordia permite matar instantáneamente a un conejito dándole a beber una cucharada de alcohol? Su carne sabe luego mejor, dicen, aunque yo... Tres o cuatro cucharadas de alcohol, luego el cuarto de baño o un piquete sumándose a los desechos.)
Al cruzar el tercer piso el conejito se movía en mi mano abierta. Sara esperaba arriba, para ayudarme a entrar las valijas... ¿Cómo explicarle que un capricho, una tienda de animales? Envolví el conejito en mi pañuelo, lo puse en el bolsillo del sobretodo dejando el sobretodo suelto para no oprimirlo. Apenas se movía. Su menuda conciencia debía estarle revelando hechos importantes: que la vida es un movimiento hacia arriba con un clic final, y que es también un cielo bajo, blanco, envolvente y oliendo a lavanda, en el fondo de un pozo tibio.
Sara no vio nada, la fascinaba demasiado el arduo problema de ajustar su sentido del orden a mi valija-ropero, mis papeles y mi displicencia ante sus elaboradas explicaciones donde abunda la expresión «por ejemplo». Apenas pude me encerré en el baño; matarlo ahora. Una fina zona de calor rodeaba el pañuelo, el conejito era blanquísimo y creo que más lindo que los otros. No me miraba, solamente bullía y estaba contento, lo que era el más horrible modo de mirarme. Lo encerré en el botiquín vacío y me volví para desempacar, desorientado pero no infeliz, no culpable, no jabonándome las manos para quitarles una última convulsión.
Comprendí que no podía matarlo. Pero esa misma noche vomité un conejito negro. Y dos días después uno blanco. Y a la cuarta noche un conejito gris.
Usted ha de amar el bello armario de su dormitorio, con la gran puerta que se abre generosa, las tablas vacías a la espera de mi ropa. Ahora los tengo ahí. Ahí dentro. Verdad que parece imposible; ni Sara lo creería. Porque Sara nada sospecha, y el que no sospeche nada procede de mi horrible tarea, una tarea que se lleva mis días y mis noches en un solo golpe de rastrillo y me va calcinando por dentro y endureciendo como esa estrella de mar que ha puesto usted sobre la bañera y que a cada baño parece llenarle a uno el cuerpo de sal y azotes de sol y grandes rumores de la profundidad.
De día duermen. Hay diez. De día duermen. Con la puerta cerrada, el armario es una noche diurna solamente para ellos, allí duermen su noche con sosegada obediencia. Me llevo las llaves del dormitorio al partir a mi empleo. Sara debe creer que desconfío de su honradez y me mira dubitativa, se le ve todas las mañanas que está por decirme algo, pero al final se calla y yo estoy tan contento. (Cuando arregla el dormitorio, de nueve a diez, hago ruido en el salón, pongo un disco de Benny Carter que ocupa toda la atmósfera, y como Sara es también amiga de saetas y pasodobles, el armario parece silencioso y acaso lo esté, porque para los conejitos transcurre ya la noche y el descanso.)
Su día principia a esa hora que sigue a la cena, cuando Sara se lleva la bandeja con un menudo tintinear de tenacillas de azúcar, me desea buenas noches -sí, me las desea, Andrée, lo más amargo es que me desea las buenas noches- y se encierra en su cuarto y de pronto estoy yo solo, solo con el armario condenado, solo con mi deber y mi tristeza.
Los dejo salir, lanzarse ágiles al asalto del salón, oliendo vivaces el trébol que ocultaban mis bolsillos y ahora hace en la alfombra efímeras puntillas que ellos alteran, remueven, acaban en un momento. Comen bien, callados y correctos, hasta ese instante nada tengo que decir, los miro solamente desde el sofá, con un libro inútil en la mano -yo que quería leerme todos sus Giraudoux, Andrée, y la historia argentina de López que tiene usted en el anaquel más bajo-; y se comen el trébol.
Son diez. Casi todos blancos. Alzan la tibia cabeza hacia las lámparas del salón, los tres soles inmóviles de su día, ellos que aman la luz porque su noche no tiene luna ni estrellas ni faroles. Miran su triple sol y están contentos. Así es que saltan por la alfombra, a las sillas, diez manchas livianas se trasladan como una moviente constelación de una parte a otra, mientras yo quisiera verlos quietos, verlos a mis pies y quietos -un poco el sueño de todo dios, Andrée, el sueño nunca cumplido de los dioses-, no así insinuándose detrás del retrato de Miguel de Unamuno, en torno al jarrón verde claro, por la negra cavidad del escritorio, siempre menos de diez, siempre seis u ocho y yo preguntándome dónde andarán los dos que faltan, y si Sara se levantara por cualquier cosa, y la presidencia de Rivadavia que yo quería leer en la historia de López.
No sé cómo resisto, Andrée. Usted recuerda que vine a descansar a su casa. No es culpa mía si de cuando en cuando vomito un conejito, si esta mudanza me alteró también por dentro -no es nominalismo, no es magia, solamente que las cosas no se pueden variar así de pronto, a veces las cosas viran brutalmente y cuando usted esperaba la bofetada a la derecha-. Así, Andrée, o de otro modo, pero siempre así.
Le escribo de noche. Son las tres de la tarde, pero le escribo en la noche de ellos. De día duermen ¡Qué alivio esta oficina cubierta de gritos, órdenes, máquinas Royal, vicepresidentes y mimeógrafos! Qué alivio, qué paz, qué horror, Andrée! Ahora me llaman por teléfono, son los amigos que se inquietan por mis noches recoletas, es Luis que me invita a caminar o Jorge que me guarda un concierto. Casi no me atrevo a decirles que no, invento prolongadas e ineficaces historias de mala salud, de traducciones atrasadas, de evasión Y cuando regreso y subo en el ascensor ese tramo, entre el primero y segundo piso me formulo noche a noche irremediablemente la vana esperanza de que no sea verdad.
Hago lo que puedo para que no destrocen sus cosas. Han roído un poco los libros del anaquel más bajo, usted los encontrará disimulados para que Sara no se dé cuenta. ¿Quería usted mucho su lámpara con el vientre de porcelana lleno de mariposas y caballeros antiguos? El trizado apenas se advierte, toda la noche trabajé con un cemento especial que me vendieron en una casa inglesa -usted sabe que las casas inglesas tienen los mejores cementos- y ahora me quedo al lado para que ninguno la alcance otra vez con las patas (es casi hermoso ver cómo les gusta pararse, nostalgia de lo humano distante, quizá imitación de su dios ambulando y mirándolos hosco; además usted habrá advertido -en su infancia, quizá- que se puede dejar a un conejito en penitencia contra la pared, parado, las patitas apoyadas y muy quieto horas y horas).
A las cinco de la mañana (he dormido un poco, tirado en el sofá verde y despertándome a cada carrera afelpada, a cada tintineo) los pongo en el armario y hago la limpieza. Por eso Sara encuentra todo bien aunque a veces le he visto algún asombro contenido, un quedarse mirando un objeto, una leve decoloración en la alfombra y de nuevo el deseo de preguntarme algo, pero yo silbando las variaciones sinfónicas de Franck, de manera que nones. Para qué contarle, Andrée, las minucias desventuradas de ese amanecer sordo y vegetal, en que camino entredormido levantando cabos de trébol, hojas sueltas, pelusas blancas, dándome contra los muebles, loco de sueño, y mi Gide que se atrasa, Troyat que no he traducido, y mis respuestas a una señora lejana que estará preguntándose ya si... para qué seguir todo esto, para qué seguir esta carta que escribo entre teléfonos y entrevistas.
Andrée, querida Andrée, mi consuelo es que son diez y ya no más. Hace quince días contuve en la palma de la mano un último conejito, después nada, solamente los diez conmigo, su diurna noche y creciendo, ya feos y naciéndoles el pelo largo, ya adolescentes y llenos de urgencias y caprichos, saltando sobre el busto de Antinoo (¿es Antinoo, verdad, ese muchacho que mira ciegamente?) o perdiéndose en el living, donde sus movimientos crean ruidos resonantes, tanto que de allí debo echarlos por miedo a que los oiga Sara y se me aparezca horripilada, tal vez en camisón -porque Sara ha de ser así, con camisón- y entonces... Solamente diez, piense usted esa pequeña alegría que tengo en medio de todo, la creciente calma con que franqueo de vuelta los rígidos cielos del primero y el segundo piso.
Interrumpí esta carta porque debía asistir a una tarea de comisiones. La continúo aquí en su casa, Andrée, bajo una sorda grisalla de amanecer. ¿Es de veras el día siguiente, Andrée? Un trozo en blanco de la página será para usted el intervalo, apenas el puente que une mi letra de ayer a mi letra de hoy. Decirle que en ese intervalo todo se ha roto, donde mira usted el puente fácil oigo yo quebrarse la cintura furiosa del agua, para mí este lado del papel, este lado de mi carta no continúa la calma con que venía yo escribiéndole cuando la dejé para asistir a una tarea de comisiones. En su cúbica noche sin tristeza duermen once conejitos; acaso ahora mismo, pero no, no ahora. En el ascensor, luego, o al entrar; ya no importa dónde, si el cuándo es ahora, si puede ser en cualquier ahora de los que me quedan.
Basta ya, he escrito esto porque me importa probarle que no fui tan culpable en el destrozo insalvable de su casa. Dejaré esta carta esperándola, sería sórdido que el correo se la entregara alguna clara mañana de París. Anoche di vuelta los libros del segundo estante, alcanzaban ya a ellos, parándose o saltando, royeron los lomos para afilarse los dientes -no por hambre, tienen todo el trébol que les compro y almaceno en los cajones del escritorio. Rompieron las cortinas, las telas de los sillones, el borde del autorretrato de Augusto Torres, llenaron de pelos la alfombra y también gritaron, estuvieron en círculo bajo la luz de la lámpara, en círculo y como adorándome, y de pronto gritaban, gritaban como yo no creo que griten los conejos.

He querido en vano sacar los pelos que estropean la alfombra, alisar el borde de la tela roída, encerrarlos de nuevo en el armario. El día sube, tal vez Sara se levante pronto. Es casi extraño que no me importe verlos brincar en busca de juguetes. No tuve tanta culpa, usted verá cuando llegue que muchos de los destrozos están bien reparados con el cemento que compré en una casa inglesa, yo hice lo que pude para evitarle un enojo... En cuanto a mí, del diez al once hay como un hueco insuperable. Usted ve: diez estaba bien, con un armario, trébol y esperanza, cuántas cosas pueden construirse. No ya con once, porque decir once es seguramente doce, Andrée, doce que serán trece. Entonces está el amanecer y una fría soledad en la que caben la alegría, los recuerdos, usted y acaso tantos más. Está este balcón sobre Suipacha lleno de alba, los primeros sonidos de la ciudad. No creo que les sea difícil juntar once conejitos salpicados sobre los adoquines, tal vez ni se fijen en ellos, atareados con el otro cuerpo que conviene llevarse pronto, antes de que pasen los primeros colegiales.

miércoles, 26 de junio de 2013

CONCURSO LITERARIO BIBLIOTECA POPULAR DEL PARANÁ

*** REGLAMENTO | EDICIÓN 2013 ***

ARTÍCULO 1º: La Biblioteca Popular del Paraná invita a personas de todo el mundo a presentar cuentos breves con tema libre al Concurso Literario Edición 2013 organizado por la institución, de acuerdo a este reglamento.--
ARTÍCULO 2º: Cualquier persona puede participar libremente en este concurso, con la expresa exclusión del personal de la Biblioteca Popular del Paraná, de quienes hayan integrado la Comisión Directiva de la institución desde el 30/06/2012 en adelante, de los miembros del jurado del presente concurso, y de los familiares directos hasta segundo grado de consanguinidad de todas las personas excluidas por las fórmulas anteriores.--
ARTÍCULO 3º: Se recibirán trabajos en las siguientes categorías por edades: (A) ADULTOS, de 18 o más años; (B) ADOLESCENTES, de 13 a 17 años y (C) NIÑOS, de hasta 12 años. Para todas las categorías se computará la edad cumplida al 30/06/2013.--
ARTÍCULO 4º: Los cuentos breves deberán ser originales, inéditos y estar escritos en idioma castellano y por un solo autor que se encuentre vivo al momento de la presentación.--
ARTÍCULO 5º: Cada participante podrá presentar más de un trabajo, pero dichos trabajos deberán ser presentados por separado, debiendo cumplir cada presentación de manera individual con las condiciones impuestas por este reglamento. Los cuentos de un mismo autor deberán estar firmados con diferentes seudónimos.--
ARTÍCULO 6º: La extensión de los cuentos deberá ser como máximo de 2 (DOS) páginas u 800 (OCHOCIENTAS) palabras. No se exige una extensión mínima de los cuentos. Deberán presentarse 3 (TRES) ejemplares del trabajo, impresos en óptimas condiciones de legibilidad en una sola cara del papel, en hojas de tamaño A4 o Carta-Letter, tipeados en letra Times New Roman de 12 puntos de tamaño, con un interlineado de 1.5 como mínimo y con márgenes de al menos 3 centímetros en todos sus lados. Todas las hojas deberán estar numeradas correlativamente. Se deberá consignar y destacar el título de la obra y el seudónimo del autor en la primera hoja, y además se deberá repetir el título y seudónimo en el encabezado o el pié de las páginas siguientes. No colocar los cuentos en carpetas de ningún tipo, sino simplemente engrampar las hojas arriba y a la izquierda de modo que no queden sueltas.--
ARTÍCULO 7º: Los TRES EJEMPLARES de cada trabajo se deberán presentar juntos en UN SOBRE GRANDE consignando en el frente exterior del mismo: “Biblioteca Popular del Paraná | Concurso Literario Edición 2013” y la categoría por edad en la que participa el autor según lo dispuesto en el ARTÍCULO 3º. Dentro de dicho sobre grande que contiene los trabajos se deberá incluir UN SOBRE PEQUEÑO que deberá consignar: a) En el frente exterior del mismo: nombre de la obra, seudónimo del autor y categoría en que participa el trabajo; b) En el interior del mismo: se deberá colocar una hoja con los datos reales del autor: nombres y apellidos, documento de identidad o pasaporte o número de identificación válido para actos oficiales en el país de residencia del autor si lo tuviere, domicilio, teléfono, teléfono móvil y dirección de correo electrónico si los tuviere y firma autógrafa. En el caso de los participantes de las categorías (B) Adolescentes y (C) Niños, opcionalmente podrán agregar los datos del establecimiento educativo al que concurren: nombre completo de la institución, teléfonos y el grado y/o año que cursan al momento de participar en el concurso. Todos los datos consignados dentro de este último sobre tendrán el carácter de declaración jurada y deberán estar tipeados o escritos en letra mayúscula clara y legible.--
ARTÍCULO 8º: Los sobres con trabajos podrán ser entregados en mano o remitidos por vía postal a la sede social de la Biblioteca Popular del Paraná sita en:--
Buenos Aires 256
(3100) Paraná, Entre Ríos
República Argentina
Los trabajos entregados en mano serán recibidos en los días y horarios de atención al público que tenga la Biblioteca, que actualmente son: de lunes a viernes 8 a 12 horas y de 16 a 20 horas, y los días sábados de 9 a 13 horas. En los casos en que así lo solicite el interesado, se extenderá un recibo en el que se consignará la fecha de recepción y la firma y aclaración de la persona que recibió el mismo.--
En atención a que los servicios de correo normalmente exigen la identificación comprobable del remitente de un paquete o sobre, se podrá indicar en el sobre exterior del envío la información del autor que le sea solicitada para enviar sus obras al concurso, por ejemplo su nombre, dirección postal, documento de identificación o teléfonos. Sin perjuicio de esto, la identidad real de los autores nunca será develada a los miembros del jurado mientras evalúan las obras y hasta después de que emitan su fallo, toda vez que los sobres serán procesados administrativamente por personal independiente y distinto de los jurados. La Biblioteca Popular del Paraná no se reconocerá obligada a informar sobre el destino de los trabajos enviados en forma distinta a la indicada.--
ARTÍCULO 9º: Se recibirán trabajos desde el día lunes 6 de mayo de 2013, hasta las 12:00 horas del día lunes 9 de septiembre de 2013. A los efectos de establecer la presentación en término de las obras enviadas por correo, se tendrá en cuenta la fecha del matasellos de la agencia postal.--
ARTÍCULO 10º: Una comisión lectora de preselección establecida por la Comisión Directiva de la Biblioteca Popular del Paraná evaluará la totalidad de las obras recibidas y seleccionará todas aquellas que a su solo criterio deban ser evaluadas por los jurados.--
ARTÍCULO 11º: Los cuentos breves presentados en la categoría (A) ADULTOS serán evaluados por un jurado, mientras que las obras presentadas en las categorías (B) ADOLESCENTES y (C) NIÑOS serán evaluadas por otro jurado distinto. Ambos jurados tendrán tres miembros cada uno, los cuáles serán designados por la Comisión Directiva de la Biblioteca Popular del Paraná de entre personas con reconocidos antecedentes culturales y literarios. El fallo de los jurados será inapelable.--
ARTÍCULO 12º: Para cada categoría los jurados asignarán los siguientes premios:--
Primer Premio: Diploma. Al momento de ser publicado el libro según lo indicado en el artículo 15º, el autor premiado recibirá 5 (cinco) ejemplares del mismo.--
Segundo Premio: Diploma. Al momento de ser publicado el libro según lo indicado en el artículo 15º, el autor premiado recibirá 3 (tres) ejemplares del mismo.--
Tercer Premio: Diploma. Al momento de ser publicado el libro según lo indicado en el artículo 15º, el autor premiado recibirá 2 (dos) ejemplares del mismo.--
La Biblioteca Popular del Paraná podrá por sí misma o a través de terceras personas y / u organizaciones, adicionar premios para cada categoría, lo que será convenientemente informado. En las categorías (B) ADOLESCENTES y (C) NIÑOS y se otorgará además un diploma conmemorativo de reconocimiento a las escuelas a las que pertenezcan los autores premiados, y además 1 (UN) ejemplar de los trabajos publicados según lo indicado en el artículo 15º, siempre y cuando el autor haya incluido los datos del establecimiento educativo al que concurre según lo dispuesto en el artículo 7º.--
ARTÍCULO 13º: Los Jurados podrán declarar desierta cualquier categoría del Concurso cuando a su juicio las obras presentadas no acrediten mérito suficiente para ser merecedoras de los premios.--
ARTÍCULO 14º: Además de definir los ganadores de cada categoría, los Jurados también podrán distinguir otros trabajos que, aún no siendo premiados, tengan a su sólo juicio el mérito para ser publicados asignándoles una mención de publicación con su correspondiente diploma.--
ARTÍCULO 15º: Todos los trabajos que resulten premiados o reciban una mención de publicación serán publicados por la Biblioteca Popular del Paraná. La participación en el concurso implica, sin necesidad de declaración alguna por parte del autor, el reconocimiento del derecho no exclusivo a favor de Biblioteca Popular del Paraná para reproducir, traducir, vender y difundir, en todo el mundo y por cualquier medio, la obra galardonada. En atención a que los autores retienen el derecho de publicar su cuento a posteriori y por otros medios, la Biblioteca Popular del Paraná no deberá monto alguno en concepto de derechos de autor ni de ningún otro tipo por las obras publicadas.--
ARTÍCULO 16º: El anuncio oficial de los trabajos ganadores se realizará el día viernes 22 de noviembre de 2013. Los resultados serán publicados en el sitio web de la Biblioteca Popular del Paraná y difundidos a través de distintos medios de comunicación.--
ARTÍCULO 17º: Una vez anunciados los cuentos ganadores y los distinguidos con mención de publicación, los autores de dichos trabajos deberán remitir copia de los mismos en soporte digital para su publicación según lo explicado en el artículo 15º, en el término de una semana de comunicada dicha novedad. Los autores también deberán remitir, cuando así se les solicite y dentro del plazo de una semana, la información adicional que pudiera ser requerida por parte de organismos estatales u otras organizaciones para dar curso legal a la publicación del libro antes mencionado.--
ARTÍCULO 18º: En el caso de los cuentos ganadores o distinguidos con mención de publicación de autores menores de edad, sus padres, tutores o responsables legales deberán firmar una autorización de publicación de la/s obra/s de los menores en el término de una semana, de manera personal en la Biblioteca Popular del Paraná o según instrucciones particulares a convenir.--
ARTÍCULO 19º: Una vez finalizado el concurso, la Biblioteca Popular del Paraná no devolverá los trabajos presentados no premiados, procediendo a su inmediata destrucción. Asimismo y atendiendo a que el fallo de los jurados es inapelable, no se brindarán devoluciones, correcciones ni explicaciones de ningún tipo respecto de los motivos por los cuáles algún trabajo en particular no haya sido premiado.--
ARTÍCULO 20º: La Biblioteca Popular del Paraná no será responsable por los reclamos que pudieran efectuarse por plagio o violación de derechos de autor de terceros contra los ganadores del certamen o de los autores de otros trabajos publicados.--
ARTÍCULO 21º: Cuanto no haya sido previsto en el presente reglamento, será resuelto por la Comisión Directiva de la Biblioteca Popular del Paraná.--
ARTÍCULO 22º: Para cualquier diferencia que tuviera que dirimirse por vía judicial, las partes se someten a la jurisdicción ordinaria, competente en razón de la materia, de la ciudad de Paraná, provincia de Entre Ríos, República Argentina, con renuncia expresa a cualquier fuero o jurisdicción que pudiere corresponderles.--
ARTÍCULO 23º: El solo hecho de presentarse al concurso implica por parte de los participantes el conocimiento y la aceptación de todas las normas establecidas en este reglamento.--
http://www.premioitau.com.ar/

lunes, 28 de noviembre de 2011

Mes 9- Animales del siglo XX

Hoy termina este año en el que construimos juntos este espacio de aprendizaje colectivo.
Espero que hayan podido capitalizar algo de lo propuesto así como yo he hecho con sus comentarios.
Como última actividad de este mes: Libertad, que es lo que propone la literatura del siglo XX y más la del siglo XXI: poder revisitar cualquier animal fantástico desde cualquier perspectiva posible.

En breve habrá novedades en sus e-mails de los certificados, revistas y demás.
Hasta pronto!
Fernando Kosiak

lunes, 14 de noviembre de 2011

Mes 9- Animales del siglo XX

Arenas que engullen

El escritor cubano Alejo Carpentier publicó en 1974 su novela “El recurso del método”. Al inicio del cuarto capítulo encontramos al general Hoffman huyendo por la selva. Un grupo de soldados va con él. En su camino llegó a la zona llamada Las Tembladeras, por la abundancia de arenas movedizas. Después de haber pasado junto a una pirámide “criadero de las serpientes más dañinas del mundo, de ciempiés, tarántulas, arañas monas y alacranes” el General y su caballo cayeron en una tembladera. Las arenas “habían subido al cuello, al mentón, a la boca del General, que aún profería gritos confusos, de garganta ya enlodada” mientras sus hombres le decían “¡Muérete, cabrón!” como “un coro griego”.

Me pareció interesante este aporte como para pensar en el realismo mágico del Boom Latinoamericano y cómo los lugares y los animales fantásticos no siempre son los bellos de la literatura.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Mes 9- Animales del siglo XX

Multicolor político

Esta semana trabajamos con este cuento del colombiano Augusto Monterroso, en el cual el camaleón se vuelve fantástico por su variedad cromática pero también por la variedad política.

El Camaleón que finalmente no sabía de qué color ponerse
Augusto Monterroso

En un país muy remoto, en plena Selva, se presentó hace muchos años un tiempo malo en el que el Camaleón, a quien le había dado por la política, entró en un estado de total desconcierto, pues los otros animales, asesorados por la Zorra, se habían enterado de sus artimañas y empezaron a contrarrestarlas llevando día y noche en los bolsillos juegos de diversos vidrios de colores para combatir su ambigüedad e hipocresía, de manera que cuando él estaba morado y por cualquier circunstancia del momento necesitaba volverse, digamos, azul, sacaban rápidamente un cristal rojo a través del cual lo veían, y para ellos continuaba siendo el mismo Camaleón morado, aunque se condujera como Camaleón azul; y cuando estaba rojo y por motivaciones especiales se volvía anaranjado, usaban el cristal correspondiente y lo seguían viendo tal cual.

Esto sólo en cuanto a los colores primarios, pues el método se generalizó tanto que con el tiempo no había ya quien no llevara consigo un equipo completo de cristales para aquellos casos en que el mañoso se tornaba simplemente grisáceo, o verdiazul, o de cualquier color más o menos indefinido, para dar el cual eran necesarias tres, cuatro o cinco superposiciones de cristales.

Pero lo bueno fue que el Camaleón, considerando que todos eran de su condición, adoptó también el sistema.

Entonces era cosa de verlos a todos en las calles sacando y alternando cristales a medida que cambiaban de colores, según el clima político o las opiniones políticas prevalecientes ese día de la semana o a esa hora del día o de la noche.

Como es fácil comprender, esto se convirtió en una especie de peligrosa confusión de las lenguas; pero pronto los más listos se dieron cuenta de que aquello sería la ruina general si no se reglamentaba de alguna manera, a menos de que todos estuvieran dispuestos a ser cegados y perdidos definitivamente por los dioses, y restablecieron el orden.

Además de lo estatuido por el Reglamento que se redactó con ese fin, el derecho consuetudinario fijó por su parte reglas de refinada urbanidad, según las cuales, si alguno carecía de un vidrio de determinado color urgente para disfrazarse o para descubrir el verdadero color de alguien, podía recurrir inclusive a sus propios enemigos para que se lo prestaran, de acuerdo con su necesidad del momento, como sucedía entre las naciones más civilizadas.

Sólo el León que por entonces era el Presidente de la Selva se reía de unos y de otros, aunque a veces socarronamente jugaba también un poco a lo suyo, por divertirse.

De esa época viene el dicho de que

todo Camaleón es según el color
del cristal con que se mira.

lunes, 31 de octubre de 2011

Mes 9- Animales del siglo XX

Los monstruos de Quiroga

Horacio Quiroga, escritor uruguayo que, sin embargo, escribió la mayoría de su producción y se nutrió de la mitología de Misiones. En el seminario del año pasado trabajamos el cuento “El almohadón de plumas” y cómo el escritor crea el monstruo del ácaro en el libro “Cuentos de amor, de locura y de muerte”. En el mismo libro, en el cuento “La miel silvestre” Quiroga toma un insecto común, la hormiga, pero llevada a su punto extremo de monstruosidad: en Misiones se la llama “la corrección” y se trata de un grupo de hormigas que se mueve en conjunto aniquilando todo lo que está inerte a su paso y que sirva como comida. Pobre personaje principal. Quiroga también crea un sistema de monstruos zoológicos en “Cuentos de la selva”, pero el descubrimiento de cada uno de estos componentes de la zoología fantástica queda a cada uno de ustedes.

lunes, 24 de octubre de 2011

Mes 8- Flores de pimpollos extraños

Actividad

Las flores fantásticas tienen mucho que ver con el amor. ¿Podés contar una historia romántica que termine en pimpollo? ¿Puede ser un microcuento?

Mes 8- Flores de pimpollos extraños

Victoria Regia

Otra traducción realizada por una compañera de este seminario, Graciela Terzaghi. Muchas gracias por el aporte.

La mayor lilácea acuática del mundo es la Victória Régia, nativa de la cuenca del Río Amazonas.

Sus hojas arredondas llegan a los 2 m. de diámetro y poseen los bordes marcados y levantados.

La Victoria Régia, flota graciosamente en las aguas y puede sostener el peso correspondiente al de un conejo adulto. Quando florece, sus pétalos son blancos o levemente rosados, con bordes verdosos.

Hace muchos años, en las márgenes del majestuoso Río Amazonas, en los igarapés, las jóvenes y bellas indias de una tribu se reunian para cantar y soñar sus sueños de amor. Ellas se quedaban por largo rato admirando la belleza de la blanca luna y el misterio de las estrellas, soñando en ser una de ellas, algún día…

Mientras el aroma de la noche tropical adornaba aquellos sueños, la luna emanaba una luz intensa en las aguas, haciendo que Naia (la más joven y soñadora de todas), trepar un árbol alto para tratar de tocar a la luna. Ella no tuvo éxito. Al día siguiente, ella y sus amigas subieron las montañas distantes para sentir con sus manos la suavidad de la luna, pero fallaron nuevamente.

Quando ellas llegaron allí, la luna estaba tan alta que todas volvieron desilusionadas a su aldea.

Ellas creían que si pudiesen tocar la luna o acaso las estrellas, ellas se transformarían en una de ellas. A la noche siguiente, Naia dejó la aldea esperando poder realizar su sueño. Tomó el camino que va hacia el río, para encontrar a la luna en las negras aguas.

Allá, inmensa y resplandeciente, la luna descansaba calmamente reflejando su imagen en la superficie del agua. Naia, en su inocencia, pensó que la luna había venido a bañarse en el río y permitir ser tocada. Naia se zambulló en las profundidades de las aguas y desapareció para siempre.

La luna, sintiendo pena de aquella vida tan joven que se había perdido, la transformó en una flor gigante – la Victoria Régia- con un encantador perfume y pétalos que se abren en las aguas, para recibir en toda su superficie, la luz de la luna.